¿Lo entenderán? ¿Llorará?
¿Lo abrazarán?
¿Lo escucharán?

Cuando una madre, un padre, deciden de común acuerdo, llevar a un hijo/a por primera vez al colegio, están delegando en esa institución y en la maestra sus funciones de cuidados, afectos, educación, etc., durante muchas horas al día.
Las familias confiarán los más preciado de sus vidas sin conocer bien a las personas responsables del cuidado y educación de sus hijos. Deberán confiar en ellas. No es de extrañar que ante el desconocimiento de lo que podrá significar la escuela para los niños, puedan albergar temores, inquietudes, en definitiva, miedo a lo desconocido y esto se traduzca en tener un sinfín de dudas.

A la hora de dejarlos nos preguntarán sobre los temas que les inquietan, además se irán a su casa preguntándose si han hecho bien dejándolos allí y si los entenderemos bien, ¿qué pasará cuando tengan hambre, sed,…? ¿Correrán peligro? ¿Llorarán? ¿Los escucharán?…

La adaptación

Los adultos podemos hacernos una idea de cuál  sería nuestro comportamiento en lugares completamente desconocidos para nosotros, (personas, costumbres, valores, voces, caras, espacios, miradas…). De entrada, nos sentiríamos –como poco- desconcertados, necesitaríamos tiempo para poder adaptarnos a todo lo nuevo, pero los adultos sabemos por experiencia de la vida que bastará tiempo y voluntad para acostumbrarnos a un nuevo ambiente. Nosotros tenemos ya mucho camino recorrido, podemos orientarnos en el espacio y en el tiempo y sobre todo poseemos ese don que es el lenguaje, el cual permite una plena comunicación y relación con los demás. Tenemos autonomía  suficiente para tomar las decisiones que consideremos adecuadas y sabemos satisfacer en lo posible nuestros deseos y necesidades.

En cambio, ¿con qué defensas se enfrenta al mundo un niño pequeño, lejos de la protección de sus padres? Son muy pocas. El desconocimiento de las  personas, espacios, la  falta  de  experiencias, la carencia del lenguaje …, lo harán vulnerable lejos del amparo de su familia y por lo tanto no es difícil imaginar lo costoso que puede ser para un niño pequeño, separarse de sus padres e ingresar en un mundo desconocido para él como es la escuela.

Ante este crítico momento será necesario pararnos a pensar, y lo hemos hecho. Entre   todos   los  miembros   del  equipo docente pondremos en marcha un plan  bien organizado que cubra las necesidades de esos primeros días que van a ser difíciles para todos (padres, niños y maestras). No significa esto que todo lo que hagamos vaya a evitar los malos ratos por los que los niños irán atravesando hasta conseguir adaptarse, pero si se planifica bien, lo que podemos es reducir su inseguridad, su extrañeza y agobio…

Toda la escuela, pues, se dispondrá para recibir a los niños. Organizaremos las tareas, los espacios y los tiempos, y los investiremos de afecto, a fin de que ellos tengan oportunidad de alternar tristeza con diversión y/o llanto con risa, que puedan recrear su mirada en objetos, personas y actividades atractivas: música, cuentos, teatro, poesía, etc., además de juegos y juguetes, que se sientan atendidos y entendidos en sus necesidades de confort, alimentación, higiene, seguridad, descanso, etc.

La escuela y las maestras que aceptamos este encargo, intentaremos estar preparadas para asumir esta responsabilidad. La vida escolar  de estos niños  está  a punto de comenzar. Y procuraremos que sus primeros pasos fuera de casa y lejos de su familia sean agradables, alegres  y significativos para ellos. >>